sábado, 30 de junio de 2007

Y el solsticio llegó

“Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
Y con mi aliento puro comienzo a cantar hoy y no terminaré mi canto hasta que muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es su misión y no la olvidaré; que nadie la olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza desenfrenada.”

(Walt Whitman, “Me celebro y me canto a mí mismo”, estrofa III, versión de León Felipe.)

Y el solsticio llegó y con él la extensa noche sin luna, y al amparo de aquella extraña y fría oscuridad fue que decidí arrancar el manto que cubría mis silentes y ocultas verdades por tantos años enterradas…

Harto cursi el parrafito al lado de ese portento que es W. Whitman, pero efectivamente a la entrada de este invierno fue que ocurrió ese canto desenfrenado del que nos habla el poeta, ese antes y después en la vida de todo gay… me refiero a la verbalización de la esencia, preferencia, opción o condición sexual (reconozco que ninguno de estos términos me identifica…insisto que es mejor “la verbalización de mi hombría poco convencional”).

Cómo hacerlo, cómo decirlo de la forma menos solapada posible para que no causara el efecto adverso en tus queridos y ancianos progenitores, tantas veces temido, fueron interrogantes que por casi un mes insistían en articularse y en salir fuera de una vez por todas. No es nada del otro mundo, ni anormal, y menos enfermizo pero esta sociedad tremendamente pacata de una forma u otra termina por condicionarte en cuanto a la idiotez de tus comportamientos…

En esos momentos de transe verdaderamente cuánto hubiera deseado tener una suerte de tutoría o asistencia integral. “¿Para qué decirlo? ¡Deja que se den cuenta solos!” me indicó la “profesional” a la cual recurrí para que me “guiara” en este camino, o más que nada a quien concurrí para que tomara cierto compromiso o responsabilidad en la eventualidad de que algo se escapara a mi control… reconozco que con ese “¿para qué decirlo?” la “doctora” me dio un golpe muy bajo casi un jaque mate ¡si hasta coincidí con ella! en la opinión de que ser o no ser un homosexual no es más que un paradigma cultural que lamentablemente se ha instalado en nuestra sociedad como la forma de un torcido mito impuesto por el sistema hegenómico y heterosexual imperante.

El punto era que a esas alturas, no podía seguir ocultándolo, uno, por lo inusualmente interrelacionado que estaba a través del chat con muchos pares de mi misma especie, situación que estaba llamando demasiado la atención en mi nuclear familia (más que nada porque siempre me vieron como un varón solitario en extremo y absolutamente antisocial), y dos, por que también a esas alturas del tiempo estaba demasiado e infantilmente enamorado de un ideal de persona a quien conocí a través del MSN y con el cual tuve un encuentro nada de relevante.

Atendiendo a esas circunstancias y a las especiales características de mi familia en donde nunca hubo la necesidad de la existencia de espacios individuales, sino hasta ahora, no podía dejar de sentirme desertor de un grupo Amish muy consolidado… pero en fin, estaba muy resuelto a asumir lo que pasara, inclusive a hacer abandono del hogar en caso de existir cierta intolerancia, incompatibilidad o rechazo en la explicitación de esta nueva realidad. Lo único que tenía claro era que no podía seguir encubriéndome en la maraña de mentiras que a esas alturas se incrementaban más y más.

Así las cosas, tras la última y definitiva visita a otro “profesional” de la psiquiatría y ante su incompetencia o inhabilidad frente a estos “temas de homosexuales” (no tuvo ningún reparo en manifestármelo, y yo insistía compulsivamente en responsabilizar a alguien en el manejo “académico” de esta verdad), fue que tomé un hastiado impulso para “notificar” cual receptor judicial y a modo de probanza a un tío materno con quien siempre tuve empatía. Su reacción francamente me descolocó. Ni un atisbo de asombro, y absolutamente ninguna odiosa o inepta pregunta frente al arsenal de respuestas que tenía preparado. Tan solo arremetió con un “¿soy el primer familiar a quien se lo cuentas?”, “efectivamente, así es”, respondí, “ten la seguridad de que nada cambiará hacia ti, al contrario, ahora te aprecio más que nunca”, concluyó.

Ese día estando ya en casa, y luego de meditarlo ampliamente echando mano a la memoria de los aspectos con los que podría coincidir con mi madre (recordé una década atrás cuando juntos escuchábamos el programa de Pedro Lemebel, “Cancionero”, en Radio Tierra, una vez me dijo “si yo tuviera un hijo homosexual creo que lo comprendería”), le expliqué la causa de mis extraños comportamientos, y la naturaleza de mi melancolía que ella hacía tiempo venía advirtiendo.
Nuevamente sorprendido, no por su calidez precisamente, sino por el ensimismamiento y distanciamiento que adoptó tras conocer la particular circunstancia de su primogénito. ¿Cómo se diría en psiquiatría, síndrome de ánimo neutro? Lo cierto es que con su actitud, no hizo más que reconfirmar mi inminente decisión de abandonar el hogar. Al día siguiente, con mucha determinación y ya desprovisto de cualquier temor, hablé con mi padre del preocupante estado de mi madre y de la causa de aquél comportamiento. Es curioso cómo uno siempre encuentra la manera de llegar tangencialmente al corazón de un asunto a través de otro, pero el punto era que mi setentón progenitor al principio no entendía nada, absolutamente nada, fue hasta graciosa la forma cómo sacudió su cabeza para preguntarme ¿cómo, quién es el homosexual, tú lo eres? “Sí, lo soy desde siempre. Lo que pasó es cuando empecé a darme cuenta lo negué, me aparté de todo y por eso me vine a vivir con ustedes, hace trece años atrás”, le dije, “si ustedes no pueden o no quieren vivir conmigo, tan solo tendría que irme”, apunté, “para qué, a dónde irías, además has llevado tanto tiempo ese peso. Hay que resignarse, no más, y no contar a nadie esto, y nunca a tu hermano”, esa fue su resolución interlocutoria.

Estos días han sido de extraña dificultad, primero, porque más allá de las verdades develadas o de las verdades soterradas, igual la vida sigue su curso y por más que uno quisiera darse un receso, imperativamente hay que seguir cumpliendo obligaciones y deberes; y segundo, porque hay un plano que se superpone una y otra vez, y ese es el cuestionamiento de que hasta qué punto el correcto comportamiento valórico y ético de un individuo es apreciado con justicia por los demás.

Han pasado casi dos semanas, y continúo llegando temprano a casa. La “mater familias” igual que siempre, encerrada en su habitación y sin ánimo de ingerir alimentos… trato de dialogar con ella como lo hacía antes, pero lo único que logro sacar son frases desestructuradas, inconexas e hirientes en más de una ocasión.

Hace mucho frío, pero igual casi de forma religiosa sigo tomando la bicicleta para salir a despejarme, a abrir de par en par mi cuerpo y mente a la energía original de la naturaleza, como decía W.Whitman. En algo me sirvo de esta moderna autopista que han denominado “del Sol”, no obstante el astro rey parece que está muy lejos de ella tras el solsticio…

No tengo ganas de traducir pero parece que igual tendré que hacer la conversión del español ibérico, al español neutro. Y no me gustó mucho este relato con sesgo a melodrama “gay sufriente”, pues no lo es. Mejor los dejo con esta “rareza musical” de bella lírica y apacible melodía. Recuerdo haberla “interpretado” en un examen de admisión a una escuela de teatro universitaria, una vez que aprobé, la entonces directora me dijo: “¿de dónde sacaste esa canción tan rara?”. El tema se denomina originalmente “Scarborough Fair” (Es una canción tradicional inglesa cuyo traducción sería algo así como “La Feria de Scarborough”. Fue musicalizada por Paul Simon y Art Garfunkel, hace un montón de años atrás). La versión en español llamada “País del Ayer”, es muy apegada al texto original en inglés que se canta con una voz femenina y otra masculina. La interpretación de Sergio y Estíbaliz es sencillamente extraordinaria, exceptuando la vocalización que es pésima. Hasta la próxima.

País del ayer - Sergio y Estíbaliz

Si te vas al país del ayer,
Ramo de hierbabuena en flor,
Acuérdate de llevarle un mensaje,
A quien fue mi primer amor.

Dile que me haga un vestido de tul,
(Blanco de nieves, y de nubes azul)
Ramo de hierbabuena en flor,
(Donde el rocío se vuelve licor)
Que me lo ponga de madrugada,
(Cuando la luna parece cansada)
Y será mi único amor.
(Eternamente el único amor.)

Dile que siembre en el huerto del mar,
(Huerto de algas de salvia y azahar)
Ramo de hierbabuena en flor,
(Lluvia que riega con suave rumor)
Yo le ayudaré a coger la cosecha,
(Cosecha de perlas y murria)
Y será mi único amor.
(Y será mi único amor.)

Dile que atrape un rayo de sol,
(Rayo secreto en un claro del bosque)
Ramo de hierbabuena en flor,
(Ojos que olvidan su eterno temblor)
Que escriba mi nombre con polvo de estrellas,
(Será, y guárdalo de huella )
Y será mi único amor.
(Y será mi único amor)

Si te vas al país del ayer,
Ramo de hierbabuena en flor,
Acuérdate de llevarle un mensaje,
A quien fue mi primer amor.